«Cualesquiera que sean vuestras cualidades, vuestras capacidades,
no tratéis de imponeros a los demás. ¿Por qué? Porque suscitáis en
ellos el deseo de enfrentarse con vosotros. Al principio, quizás
estén impresionados y os respeten, incluso os teman… Pero
mientras que vosotros creéis haber establecido vuestra autoridad,
ellos, en secreto, harán todo lo posible para armarse contra
vosotros. Y habréis sido vosotros quienes les habréis provocado. El
que alardea de su poder, despierta en los demás el instinto de
agresividad. No nos damos cuenta de todos los medios que los
hombres son capaces de poner en práctica cuando un superior, o
algún supuesto superior, los ha humillado con una actitud de
desprecio, con un tono seco o con palabras ofensivas.
dulzura, la paciencia. Quizá los demás interpreten mal al principio
vuestra actitud: se imaginarán que sois débiles, incapaces, y
tratarán de abusar de la situación. Pero perseverad, y pronto se
verán obligados a reconocer vuestras capacidades, así como
vuestra fuerza interior, y entonces ganaréis no sólo su respeto, sino
también su amistad.»