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«Un cazador sabe que atraerá caza a sus trampas una y otra vez, así que no se preocupa. Preocuparse es ponerse al alcance, sin quererlo. Y una vez que te preocupas, te agarras a cualquier cosa por desesperación; y una vez que te aferras, forzosamente te agotas o agotas a la cosa o la persona de la que estás agarrado.
…ser inaccesible no significa esconderse ni andar con secretos. Tampoco significa que no puedas tratar con la gente.

Un cazador usa su mundo lo menos posible y con ternura, sin importar que el mundo sean cosas o plantas, o animales, o personas o poder. Un cazador tiene trato íntimo con su mundo, y sin embargo es inaccesible para ese mismo mundo.

Es inaccesible porque no exprime ni deforma su mundo. Lo toca levemente, se queda cuanto necesita quedarse, y luego se aleja raudo, casi sin dejar señal alguna.»

Don Juan en Viaje a Ixtlán de Carlos Castaneda

Castaneda

Empecé hablando de Castaneda en el anterior artículo y acabé yéndome por las ramas. De lo que quería hablar es de las descripciones que hace el autor sobre los viajes que experimenta usando entéogenos. En la narración Don Juan, el maestro de Castaneda, quiere enseñarle a éste a ver, palabra que Don Juan utiliza con distinto significado que nosotros.

Este concepto escapa a definiciones; se trata de una forma de percibir la realidad en un estado no ordinario de consciencia, por supuesto la realidad es la misma, solo que al ser el enfoque totalmente diferente, la realidad nos parece distinta:

«Cuando uno ve, ya no hay detalles familiares en el mundo. Todo es nuevo. Nada ha sucedido antes. ¡El mun­do es increíble!

‑¿Por qué dice usted increíble, don Juan? ¿Qué cosa lo hace increíble?

‑Nada es ya familiar. ¡Todo lo que miras se vuelve nada! Ayer no viste. Miraste mi cara y, como te caigo bien, notaste mi resplandor. No era yo monstruoso, como el guardián, sino bello e interesante. Pero no me viste. No me volví nada frente a tus ojos. De todos modos es­tuviste bien. Diste el primer paso verdadero hacia ver. El único inconveniente fue que te concentraste en mí, y en ese caso yo no soy para ti mejor que el guardián. Su­cumbiste en ambos casos, y no viste.

‑¿Desaparecen las cosas? ¿Cómo se vuelven nada?

‑Las cosas no desaparecen. No se pierden, si eso es lo que quieres decir; simplemente se vuelven nada y sin embargo siguen estando allí. «

Por supuesto que todas estas ideas no son totalmente originales. Tal y como yo lo interpreto, se trata de dejar de racionalizar, dejar de interpretar la realidad, de procesar la información que nos llega desde los sentidos: no clasificarla, no interpretarla, no razonar sobre ella. Eso es lo que hace que la realidad se presente como algo nuevo: realmente es algo nuevo, ya que probablemente la última vez que la vimos así fue hace mucho tiempo, cuando nuestra cabeza aún no estaba llena de palabras.

Esto no es una crítica a la razón, como muchos afirman. Es una crítica al egocentrismo que nos hace identificar la razón con el yo, cuando el pensamiento racional no es sino una herramienta más, un apéndice muy útil en algunos casos, pero totalmente desastroso la mayoría del tiempo. No digo que no hay que pensar, digo que no hay que estar siempre pensando, siempre escuchando palabras, mirando palabras (sí, como estas), diciendo palabras, porque las palabras crean una barrera entre la realidad y nuestra percepción, y nos impiden vivir intensamente, que es del único modo que vale la pena vivir.

Si esto no tiene mucho sentido para tí, te comprendo. En realidad no tiene ningún sentido en absoluto. Igual que cualquier otra experiencia, es necesario haberla vivido para llegar a comprenderla y compartirla, los que saben me entenderán, los que no saben no me entenderán, pero tal vez perturbe su curiosidad.

Es indudable que los entéogenos provocan ese estado mental. Se trata de un lugar común entre todos los que hemos experimentado con entéogenos de un modo introspectivo. Obviamente no es imprescindible el uso de fármacos, es posible alcanzar estados mentales similares -tal vez idénticos- por otros medios; la meditación, por ejemplo. Desde mi punto de vista es irrelevante; lo esencial es el resultado: silencio interno, una especie de despertar a la realidad que resulta demoledor para las personas que abusan de las palabras, como yo.

Para interactuar con algo es necesario percibirlo previamente. Esta afirmación tan evidente es en realidad reveladora, ya que si alcanzamos el estado mental que nos permite ver, estamos ante lo desconocido, ante aspectos de la realidad que antes estaban ocultos. Y podemos interactuar con ellos. Podemos tener experiencias increíbles con aspectos de la realidad que en un estado normal consideraríamos insignificantes y ni siquiera les prestaríamos atención. Podemos aprender de esas experiencias, extraer conclusiones vitales que nos guíen en nuestra vida diaria, que nos conviertan en criaturas mejores, más poderosos y capaces de realizar nuestros sueños.

Os dejo con un fragmento de uno de los viajes de Castaneda, en el que casi es capaz de ver. Es un relato muy significativo en todos sus detalles, y los que saben de qué hablo entenderán por qué.

«‑Mira el agua frente a ti ‑oí que decía‑, pero no dejes que su sonido te arrastre a ningún lado. Si dejas que el sonido del agua te arrastre, quizá nunca pueda yo encontrarte y regresarte. Ahora métete en la niebla verde y escucha mi voz.

Lo oía y comprendía con claridad extraordinaria. Em­pecé a mirar fijamente el agua, y tuve una sensación muy peculiar de placer físico; una comezón; una felicidad indefinida. Miré largo tiempo, pero sin detectar la niebla verde. Sentía que mis ojos se desenfocaban y tenía que es­forzarme por seguir mirando el agua; finalmente no pude ya controlar mis ojos y debo haberlos cerrado, o acaso fue un parpadeo, o bien simplemente perdí la capacidad de enfocar; en todo caso, en ese mismo instante el agua quedó fija; cesó de moverse. Parecía una pintura. Las ondas es­taban inmóviles. Entonces el agua empezó a burbujear: era como si tuviese partículas carbonadas que explotaban de una vez. Por un instante vi la efervescencia como una lenta expansión de materia verde. Era una explosión si­lenciosa; el agua estalló en una brillante neblina verde que se expandió hasta rodearme. […]

La voz de don Juan me ordenó enfocar toda mi aten­ción en la niebla, pero sin abandonarme a ella. Dijo re­petidas veces que un guerrero no se abandona a nada, ni siquiera a su muerte. Volví a sumergirme en la neblina y advertí que no era niebla en absoluto, o al menos no era lo que yo concibo como niebla. El fenómeno neblinoso se componía de burbujas diminutas, objetos redondos que entraban en mi campo de «visión», y salían de él, despla­zándose como si estuviesen a flote. Observé un rato sus movimientos; luego un ruido fuerte y distante sacudió mi atención y perdí la capacidad de enfoque y ya no pude percibir las burbujitas. Sólo tenía conciencia de un res­plandor verde, amorfo, como niebla. Oí de nuevo el ruido y la sacudida que me dio hizo desaparecer la niebla inme­diatamente, y me hallé mirando el agua de la zanja de irrigación.

Entonces volví a oírlo, ahora mucho más cerca; era la voz de don Juan. Me estaba diciendo que le prestara aten­ción, porque su voz era mi única guía. Me ordenó mirar la ribera de la corriente y la vegetación directamente ante mis ojos. Vi algunos juncos y un espacio libre de ellos. Era un recoveco en la ribera, un sitio donde don Juan cruza para sumergir su balde y llenarlo de agua. Tras unos momentos don Juan me ordenó regresar a la niebla y me pidió nuevamente prestar atención a su voz, porque iba a guiarme para que yo aprendiera a moverme; dijo que al ver las burbujas debía abordar una de ellas y dejar que me llevara. […]

‑Monta una de esas burbujas ‑lo oí decir.

Pugné por conservar mi percepción de las burbujas ver­des y a la vez seguir oyendo la voz. No sé cuánto tiempo me esforcé, pero de pronto me di cuenta de que podía escuchar a don Juan y seguir viendo las burbujas, que aún pasaban despacio, flotantes, por mi campo de percepción. La voz de don Juan seguía instándome a seguir una de ellas y montarla. […]

Al regresar advertí que las burbujas se movían más des­pacio y que tenían ahora el tamaño de un balón. De hecho, eran tan grandes y lentas que yo podía examinar cual­quiera detalladamente. No eran en realidad burbujas: no eran como una burbuja de jabón, ni como un globo, ni como ningún recipiente esférico. No contenían nada, pero se contenían. Tampoco eran redondas, aunque al percibir­las por vez primera yo habría podido jurar que lo eran y la imagen que acudió a mi mente fue «burbujas». Las observaba como si me hallase mirando por una ventana: es decir, el marco de la ventana no me permitía seguirlas, sólo verlas entrar y salir de mi campo de percepción.

Pero cuando dejé de verlas como burbujas fui capaz de seguirlas; en el acto de seguirlas me adherí a una y floté con ella. Sentía realmente estar en movimiento. De hecho, yo era la burbuja, o esa cosa que parecía burbuja.»

FUENTE : http://enbuscadelosagrado.blogspot.com/

El misterio de Castaneda y su maestro Don Juan

 

don juan

No sé si conocéis los libros que escribió un tal Carlos Castaneda a partir de 1968 y que se convirtió en un éxito de ventas; para los que no hayan oído hablar de ellos decir que se trata de unos libros muy interesantes; tratan sobre las supuestas enseñanzas que recibe el autor por parte de un brujo indio (yaqui para más señas) a lo largo del tiempo; para convertir al escéptico Castaneda en un brujo, primero hace uso de sustancias enteógenas:

«Don Juan usó, por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucinógenas: peyote (Lophophora williamsii), toloache (Datura inoxia syn. D. meteloicles) y un hongo (posiblemente Psilocybe mexicana). Desde antes de su contacto con europeos, los indios americanos conocían las propiedades alucinógenas de estas tres plantas. A causa de sus propiedades, han sido muy usadas por placer, para curar, en la brujería, y para alcanzar un estado de éxtasis. En el contexto específico de sus enseñanzas, don Juan relacionaba el uso de la Datura inoxia y la Psilocybe mexicana con la adquisición de poder, un poder que él llamaba un «aliado». Relacionaba el uso de la Lophophora williamsii con la adquisición de sabiduría, o conocimiento de la buena manera de vivir.»

Este párrafo del primer libro «Las enseñanzas de Don Juan» muestra un tono académico; solo este primer libro tiene pretensiones antropológicas; en él se narran los rituales que Don Juan realiza para la preparación y consumo de las sustancias que va a usar. El segundo libro «Una Realidad Aparte», narra las experiencias subjetivas de Castaneda con dichas plantas. El tercero «Viaje a Itxlán» es un tratado ético extraído de las conversaciones de Castaneda con su maestro.

De aquí en adelante los libros cambian radicalmente, volviéndose fantásticos por momentos; yo disfruté mucho leyéndolos pero no tienen el peso y la credibilidad de los tres primeros. No entraré en la polémica de si el contenido de los libros es veraz o producto de una desbocada imaginación; se han escrito ríos de tinta sobre el tema (pasaros por la Wikipedia si no me creéis) y no soy nadie para opinar al respecto. Me gusta valorar los libros por la cantidad de gozo y conocimiento que logro extraerles; y sean obras de ficción o no los libros de Castaneda -especialmente los tres primeros- han sido un punto y aparte en mi forma de comprender el Cosmos.

Como ejemplo de lo que digo, me basta con enseñaros unos párrafos del primer libro, que rezuman significado en todas sus palabras:

«- Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender. […] Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. […] Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo!

– ¿Y qué puede hacer para superar el miedo?

– La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. […] Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto.

Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega […] Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo claro pero incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión. de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más. […]

Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión. No será solamente un punto delante de sus ojos. Ése será el verdadero poder.

Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡el poder!

El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente, lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible. Él manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.[…]

-¿Perderá su poder?

-No, nunca perderá su claridad ni su poder.

-¿Entonces qué lo distinguirá de un hombre de conocimiento?

-Un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente cómo manejarlo. El poder es sólo una carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de sí mismo, ni puede decir cómo ni cuándo usar su poder.»

El texto sigue pero me estoy extendiendo demasiado… en realidad no quería hablar de esto, sino de las experiencias subjetivas que cuenta Castaneda en el segundo libro… en fin, tal vez en el siguiente post.

FUENTE:  http://enbuscadelosagrado.blogspot.com/