Archivos para febrero, 2018

EL ALQUIMISTA

07Lento en el alba un joven que ha gastado
la larga reflexión y las avaras
vigilias considera ensimismado
los insomnes braseros y alquitaras.
  
Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
bajo cualquier azar, como el destino;
sabe que está en el polvo del camino,
en el arco, en el brazo y en la flecha.
  
En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en el lodo,
late aquel otro sueño de que todo
                                                                                    es agua, que vio Tales de Mileto.
  
Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
que explicará el geométrico Spinoza
en un libro más arduo que el Averno…
  
En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.
  
Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido
.
Jorge Luis Borges
«Todo ser humano forma parte del gran cuerpo de la naturaleza y debe pues
esforzarse por vivir en armonía con él. Aunque se perciba como una entidad
individual que tiene su propia vida, pertenece a un conjunto, y la cuestión
que se le plantea es conciliar las exigencias de su vida personal con las de la
vida colectiva. Cada individuo es particular, es la Inteligencia cósmica la que
ha querido esta diversidad de las criaturas y no hay que tratar de nivelarlas.
Cada uno tiene derecho a manifestarse con sus diferencias, su originalidad,
siempre que se armonice con el Todo.
 nature-photography-and-human-form-1
Este Todo con el que debemos armonizarnos, no es únicamente el de la
colectividad humana: más allá aún estamos conectados con las diferentes
reinos de la naturaleza, así como con la colectividad cósmica en cuyo seno
tenemos, en tanto que seres pensantes, un papel importante que
desempeñar. Cada día debemos pues tomar conciencia de que
participamos en la construcción de este edificio que es la vida cósmica en
donde están incluidas todas las criaturas, los ángeles, los arcángeles…
hasta Dios mismo. Porque la creación no está terminada, está siempre en
vías de construcción.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov
                                                             Palabras sabias para momentos difíciles
IMG_2556Pema Chödron (Ella es una monja ordenada, Acharya y discípula de Chögyam Trungpa Rinpoche. )

Capítulo 1



Intimar con el miedo

El miedo es la reacción natural al acercarse a la verdad.

Embarcarse en el camino espiritual es como meterse en un bote muy pequeño y aventurarse en el océano en busca de tierras desconocidas. Cuando practicamos de todo corazón nos sentimos inspirados, pero antes o después acabamos encontrándonos con el miedo. Pensamos que al llegar al horizonte estaremos en el fin del mundo y nos caeremos al vacío. Como todo explorador, nos sentimos atraídos a descubrir lo que nos está esperando ahí fuera, sin saber aún si tendremos el valor necesario para hacerle frente.

Si nos interesamos por el budismo y decidimos descubrir lo que tiene que ofrecernos, pronto descubriremos en su oferta varios matices distintos. En la meditación intuitiva comenzamos practicando la conciencia del instante, estar plenamente presentes en todas nuestras actividades y pensamientos. En la práctica del Zen escuchamos las enseñanzas sobre el vacío y enfrentamos el reto de conectar con una claridad mental abierta e ilimitada. Las enseñanzas del Vajrayana nos introducen a trabajar con la energía en todas las situaciones y nos hacen ver que cualquier cosa que surja es inseparable del estado de despertar. Cualquiera de los planteamientos    anteriores    puede    engancharnos y entusiasmarnos para continuar explorando, pero si queremos profundizar y seguir practicando sin vacilación, inevitablemente llegará un momento en que sentiremos miedo.

El miedo es una experiencia universal; lo sienten hasta los insectos más pequeños. Cuando vamos chapoteando entre los charcos que quedan tras la bajada de la marea y acercamos el dedo a los cuerpos suaves y abiertos de las anémonas, podemos ver cómo se cierran. Lo mismo les ocurre espontáneamente a todos los demás animales. Sentir miedo cuando nos enfrentamos a lo desconocido no es algo terrible; más bien es una parte integral del hecho de estar vivos y que todos compartimos. Reaccionamos ante la posibilidad de encontrarnos con la soledad, con la muerte, ante la posibilidad de no tener nada a lo que agarrarnos. El miedo es una reacción natural al acercarse a la verdad.

Pero si nos comprometemos a quedarnos donde estamos nuestra experiencia se vuelve muy vivida; las cosas se ven muy claras cuando no hay escape posible.

Mientras estaba en un largo retiro tuve una revelación que pareció conmover cielos y tierra: ¡no podemos estar en el presente y al mismo tiempo planificar nuestra vida! Ya sé que parece algo muy evidente, pero cuando descubres algo así por ti mismo, te cambia. La impermanencia se vuelve algo vivido en el presente, y lo mismo ocurre con la compasión, el coraje y la capacidad de maravillarse. Y también con el miedo. De hecho, cualquiera que esté en el límite de lo desconocido, plenamente en el presente sin punto de referencia, experimenta la ausencia de base o fundamento, de un lugar donde agarrarse. Cuando nuestra comprensión se hace más profunda descubrimos que el presente es un lugar muy vulnerable, lo que puede ser una experiencia absolutamente enervante y al mismo tiempo absolutamente tierna.

Cuando empezamos nuestra exploración, tenemos todo tipo de ideales y expectativas. Buscamos respuestas que satisfagan el hambre que hemos sentido durante largo tiempo, pero lo último que deseamos es que nos vuelvan a hablar del hombre del saco. Evidentemente, la gente intenta avisarnos. Recuerdo que la primera vez que me dieron instrucciones de meditación, la profesora me describió la técnica, me dio las instrucciones necesarias para la práctica y luego añadió: «Pero, por favor, no salgas de aquí pensando que la meditación te va a dar unas vacaciones de la irritación.» De alguna manera, todas las advertencias del mundo no llegan a disuadirnos; de hecho, nos acercan más al sendero.

De lo que estamos hablando es de llegar a conocer el miedo, de familiarizarnos con él, de mirarle directamente a los ojos; no como una forma de resolver los problemas, sino como una manera de deshacer completamente las viejas maneras de ver, oír, oler, saborear y pensar. La verdad es que, cuando realmente comencemos a hacerlo, nos encontraremos con que somos humillados continuamente. No va a quedar mucho espacio para la arrogancia que resulta de aferramos a nuestros ideales. La arrogancia que inevitablemente aflorará va a ser vapuleada de continuo por nuestro propio coraje de ir un paso más allá. Los descubrimientos que experimentaremos mediante la práctica no tienen nada que ver con ninguna creencia. Tienen mucho que ver con tener el coraje de morir, el coraje de morir continuamente.

Las instrucciones sobre la conciencia del momento, la vacuidad o el trabajo con la energía apuntan hacia el mismo hecho: estar en el sitio justo nos deja clavados, clavados al punto del espacio y del tiempo en el que nos encontramos. Cuando nos detenemos allí mismo y no expresamos ni reprimimos, no nos culpamos ni culpamos a los demás, nos encontramos frente a una pregunta abierta que no tiene respuesta conceptual. También nos encontramos con nuestro corazón. Un estudiante lo expresó muy elocuentemente: «La naturaleza de Buda, astutamente disfrazada de miedo, nos da una patada en el culo para que estemos receptivos.»

En una ocasión asistí a una conferencia sobre la experiencia espiritual que vivió un hombre en India durante la década de los sesenta. Nos contó que estaba absolutamente dispuesto a librarse de sus emociones negativas: luchaba contra la ira y la lujuria, luchaba contra la pereza y el orgullo, pero sobre todo quería liberarse del miedo. Su profesor de meditación le decía una y otra vez que dejase de luchar, pero él consideraba que aquello no era más que otra manera de explicarle cómo superar los obstáculos.

Finalmente, el profesor lo envió a meditar en una pequeña cabaña al pie de las montañas. El cerró la puerta y se dispuso a comenzar con la práctica. Al llegar la noche, encendió tres pequeñas velas. Hacia medianoche oyó un ruido en una esquina de la habitación y en la oscuridad pudo distinguir una gran serpiente. Estaba justo delante de él, balanceándose, y le miraba como una cobra real. Estuvo toda la noche totalmente alerta, manteniendo los ojos en la serpiente: tenía tanto miedo que no podía ni moverse. Sólo estaban él, la serpiente y su miedo.

Justo antes del amanecer se apagó la última vela y él empezó a llorar, pero no lloraba de desesperación sino de ternura. Sintió el anhelo de todas las personas y animales del mundo; conoció su lucha y su alienación. Todas sus meditaciones no habían sido más que lucha y separación. Entonces aceptó —verdaderamente aceptó de todo corazón— que era iracundo y celoso, que se resistía y luchaba, y que tenía miedo. También aceptó que era un ser precioso más allá de toda medida: sabio y estúpido, rico y pobre, y totalmente insondable. Se sentía tan agradecido que se levantó en medio de la oscuridad total, caminó hacia la serpiente y le hizo una reverencia. A continuación se tumbó en el suelo y se quedó profundamente dormido. Cuando despertó, la serpiente había desaparecido. Nunca supo si se lo había imaginado o si realmente había sucedido, pero no parecía importarle mucho. Como dijo al final de la conferencia, el contacto íntimo con el miedo hizo que sus dramas personales se colapsaran, y finalmente el mundo que le rodeaba pudo llegar hasta él.

Nadie nos dice nunca que debemos dejar de huir del miedo. Raras veces se nos dice que nos acerquemos más, que sigamos allí, que nos familiaricemos con él. En una ocasión le pregunté al maestro zen Kobun Chino Roshi cómo se relacionaba con el miedo, y me dijo: «Concuerdo con él; concuerdo.» Pero el consejo que solemos recibir es el de edulcorarlo, diluirlo, tomar una píldora o distraernos: cualquier cosa para hacerlo desaparecer.

En realidad, no hace falta que nos animen a hacer este tipo de cosas porque lo que solemos hacer de modo natural es disociarnos del miedo. Ante la menor insinuación de su presencia nos descentramos y nos evadimos. Cuando sentimos que viene, desaparecemos. Y es bueno saber que solemos actuar así, pero no para castigarnos por ello, sino para desarrollar la compasión incondicional. Lo más descorazonador de todo es nuestra forma de engañarnos para evitar el momento presente.

Sin embargo, a veces estamos acorralados: todo se cae en pedazos y desaparece la posibilidad de escapar. En momentos así, las verdades espirituales más profundas parecen muy evidentes y ordinarias. No hay dónde esconderse. Podemos ver este hecho tan bien como cualquiera, incluso mejor que cualquiera. Antes o después entendemos que, aunque no podemos hacer que el miedo tenga una apariencia agradable, él será el que nos introduzca a todas las enseñanzas que hemos leído u oído.

Por eso, la próxima vez que te encuentres con el miedo, considérate afortunado. Aquí es donde el coraje entra en escena. Generalmente, pensamos que la gente valiente no tiene miedo, pero la verdad es que conocen el miedo íntimamente. Al principio de nuestro matrimonio, mi esposo me dijo que yo era una de las personas más valientes que conocía. Cuando le pregunté por qué, me dijo que porque era una cobarde total, pero a pesar de todo seguía adelante y hacía las cosas.

El truco consiste en seguir explorando y no abandonar aun cuando descubramos que algo no es lo que pensábamos, porque eso es lo que nos va a ocurrir una y otra vez. Nada es lo que pensábamos; esto es algo que puedo afirmar con toda confianza. El vacío no es lo que pensábamos, y tampoco lo son la conciencia del presente o el miedo. Tampoco la compasión es lo que pensábamos, ni el amor ni la naturaleza de Buda. Ni el coraje. Éstas no son más que palabras en clave para describir cosas que no conocemos mentalmente, pero que cualquiera de nosotros puede experimentar. Son palabras que señalan lo que verdaderamente es la vida cuando dejamos que las cosas se caigan a pedazos y nos dejamos clavar al momento presente.

 

 

«Cada ser humano posee un rostro interior, diferente del que presenta
cada día a la vista de los demás, y este rostro se modifica continuamente,
porque depende estrechamente de su vida psíquica. Es este rostro interior
el que debe cada día esculpir, iluminar con sus sentimientos y sus
pensamientos más nobles, para que un día impregne y modele su rostro
físico.
rostro
El rostro que hoy tenéis es la síntesis de los sentimientos y de los 
pensamientos que habéis alimentado en el pasado, y si no estáis
satisfechos con él, de momento no podéis cambiar gran cosa. Por tanto,
no os ocupéis de él, esforzaos solamente en aportar mejoras a vuestro
rostro interior, porque éste es el modelo a partir del cual se ha formado
vuestro rostro físico en el transcurso de vuestras encarnaciones. El rostro
físico empezará resistiéndose, pero después de un cierto tiempo, su
resistencia cederá bajo el impulso del otro rostro, del rostro del alma, que
es poderoso y trata de imponer sus rasgos. Por momentos, puede que su
resplandor traspase vuestro rostro físico, y que aparezca entonces
furtivamente vuestro rostro espiritual, vuestro rostro de arriba. Continuad
con vuestro trabajo: un día vuestros dos rostros llegarán a fundirse en
uno.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov

Eric Fromm

Publicado: 11 febrero, 2018 en AMOR, educación, filosofia
Etiquetas:

thumbnail

La palabra, junto con el poder de la vibración es capaz de crear, sanar y también destruir. La teoría indica que cuando focalizamos nuestra mente en algo, y a esto le sumamos el sentimiento y la emoción para finalmente expresarlo, estamos exteriorizando y materializando un poder que estará afectando los reinados de la materia.

 8fe458b1f02783211979af3356cf5efa

LO QUE LE DICES A TU SEMEJANTE, TE LO DICES A TI MISMO
Si cada uno de nosotros estuviésemos conscientes de que la energía liberada en cada palabra afecta no solo a quien se la dirigimos, sino también a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, comenzaríamos a cuidar más lo que decimos.
Los antiguos esenios sabían de la existencia de un enorme poder contenido en la oración, el verbo y la palabra. Los antiguos alfabetos, como el sánscrito, el arameo y el lenguaje hebreo son fuentes de poder en sí mismos. Los esenios utilizaron la energía que canaliza el lenguaje -la cual era la manifestación final del pensamiento, la emoción y el sentimiento- para manifestar en la realidad la calidad de vida que deseaban experimentar en este mundo. En las culturas del antiguo Oriente eran utilizados los mantras, los rezos, los cánticos y las plegarias con una intensión predeterminada como técnicas para materializar estados internos y programar, de una forma ignorada por nosotros en la actualidad, realidades pensadas, deseadas y afirmadas previamente.
Los estudios realizados por físicos cuánticos comienzan a redescubrir y validar el enorme conocimiento olvidado de antiguas culturas ancestrales. Un conocimiento que se encuentra aún escondido y olvidado y que nos aportaría el poder de cambiar nuestro mundo.

 

LAS PALABRAS PUEDEN PROGRAMAR EL ADN
La más reciente investigación científica rusa apunta a que el ADN puede ser influido y reprogramado por palabras y frecuencias, sin seccionar ni reemplazar genes individuales. Solo el 10% de nuestro ADN se utiliza para construir proteínas, y este pequeño porcentaje del total que compone el ADN es el que estudian los investigadores occidentales. El otro 90% es considerado “ADN chatarra”. Sin embargo los investigadores rusos, convencidos de que la naturaleza no es tonta, reunieron a lingüistas y genetistas -en un estudio sin precedentes-, para explorar ese 90% de “ADN chatarra”.
Los resultados arrojaron conclusiones impensadas: según los estudios, nuestro ADN no solo es el responsable de la construcción de nuestro cuerpo, sino que también sirve como almacén de información y para la comunicación a toda escala de la biología. Los lingüistas rusos descubrieron que el código genético, especialmente en el aparentemente inútil 90%, sigue las mismas reglas de todos nuestros lenguajes humanos. Compararon las reglas de sintaxis (la forma en que se colocan juntas las palabras para formar frases y oraciones), la semántica (el estudio del significado del lenguaje) y las reglas gramaticales básicas y así descubrieron que los alcalinos de nuestro ADN siguen una gramática regular y sí tienen reglas fijas, tal como nuestros idiomas.
Por lo tanto, los lenguajes humanos no aparecieron coincidentemente, sino que son un reflejo de nuestro ADN inherente. El biofísico y biólogo molecular ruso Pjotr Garjajev y sus colegas también exploraron el comportamiento vibratorio del ADN. “Los cromosomas vivos funcionan como computadoras solitónicas/holográficas usando la radiación láser del ADN endógeno”. Eso significa que uno simplemente puede usar palabras y oraciones del lenguaje humano para influir sobre el ADN o reprogramarlo.
Los maestros espirituales y religiosos de la antigüedad han sabido, desde hace miles de años, que nuestro cuerpo se puede programar por medio del lenguaje, las palabras y el pensamiento. Ahora eso se ha probado y explicado científicamente. La sorpresa mayor fue descubrir la manera en que el 90% del “ADN Chatarra” almacena la información. “Imaginemos una biblioteca que en lugar de archivar miles de libros solo guarda el alfabeto común a todos los libros, entonces, cuando uno solicita la información de un determinado libro, el alfabeto reúne todo lo contenido en sus páginas y nos lo pone a nuestra disposición”, aclaró Garjajev. Esto nos abre las puertas a un misterio aún mayor: que la verdadera “biblioteca” estaría fuera de nuestros cuerpos en algún lugar desconocido del cosmos y que el ADN estaría en comunicación permanente con este reservorio universal de conocimiento.

 

LA EVIDENCIA INESPERADA

El investigador Dan Winter, que desarrollara un programa de computación para estudiar las ondas sinusoidales que emite el corazón bajo respuestas emocionales, en una fase de la investigación con sus colegas, Fred Wolf y Carlos Suárez, analizó las vibraciones del lenguaje hebreo con un espectograma. Lo que descubrieron fue que los pictogramas que representan los símbolos del alfabeto hebreo se correspondían exactamente con la figura que conforma la longitud de onda del sonido de cada palabra.
Es decir que la forma de cada letra era la exacta figura que formaba dicha longitud de onda al ser vocalizada. También comprobaron que los símbolos que conforman el alfabeto son representaciones geométricas. En el caso del alfabeto hebreo, las 22 gráficos utilizados como letras son 22 nombres propios originalmente usados para designar diferentes estados o estructuras de una única energía cósmica sagrada, la cual es la esencia y semblanza de todo lo que es. El libro del Génesis está escrito en este lenguaje.
Las letras de los antiguos alfabetos son formas estructuradas de energía vibracional que proyectan fuerzas propias de la estructura geométrica de la creación. De esta manera, con el lenguaje se puede tanto crear como destruir. El ser humano potencia el poder contenido en los alfabetos al sumarle el poder de su propia intención. Eso nos convierte en responsables directos de los procesos creacionales o destructivos en la vida… y con tan solo ¡la palabra!

 

EL PODER CURATIVO DE LA PALABRA
Existe una capacidad demostrada en la que la palabra puede afectar la programación del ADN. La salud podría conservarse indefinidamente si nos orientamos en pensamientos, sentimientos, emociones y palabras creativas y, por sobre todo, bien intencionadas.
Los estudios del Instituto Heart Math nos abren un nuevo panorama hacia la curación, no solo de los humanos enfermos, sino también para la sanación planetaria. El instituto cree en la existencia de lo que ellos dieron en llamar “hipercomunicación”, una especie de red de internet bajo la cual todos los organismos vivos estarían conectados y comunicados permitiendo la existencia de la llamada “conciencia colectiva”.
El Hearth Math declara que si todos los seres humanos fuéramos conscientes de la existencia de esta matriz de comunicación entre los seres vivos, y trabajáramos en la unificación de pensamientos con objetivos mancomunados, seríamos capaces de logros impensados, como la reversión repentina de procesos climáticos adversos.
El poder de los rezos, oraciones y peticiones, tal como nos lo han legado los antiguos esenios -potenciado por millares de personas-, nos otorgaría un poder que superaría al de cualquier potencia militar que quisiera imponernos su voluntad por la fuerza.
Este poder ha sido demostrado en especies animales como los delfines, que trabajan unificados en objetivos comunes. Los delfines utilizan patrones geométricos de hipercomunicación, ultrasonido y resonancias que les sirven para interactuar con las grillas energéticas del planeta. Estos animales poseen la capacidad de producir estructuras sónicas geométricas y armónicas bajo el agua. Podríamos afirmar que los delfines ayudan más a mantener el equilibrio planetario de lo que lo hacen los humanos.
Si Dios nos otorgó el poder, significa que quiere que nosotros, una vez alcanzado un nivel de conciencia determinado, ayudemos con respeto a la vida a ser co-creadores de su obra.

 

Este artículo ha sido publicado en la Revista «EL PLANETA URBANO» – Sección Planeta 

 

 

5d8ce2c506a5db9eb612f6e42cb49be7

Cargado de honores y medallas, con paso firme y mirada orgullosa, el guerrero samurai se detuvo ante el maestro, puso la mano izquierdasobre su pecho y con la derecha rodeó suavemente el puño de su sable.Juntó los talones, hizo una venia como gesto de un respetuoso saludo, y dirigiéndose al anciano le preguntó:

-Maestro, enséñame la diferencia entre el cielo y el infierno.

El maestro lo miró despectivamente y, después de un largo silencio, le repuso al samurai:

-Enseñarte a ti, que eres superfluo y arrogante, que crees que vales por la fuerza de tu espada o el tamaño de tu bolsa, es inútil. No sé si tu cabezota es capaz de entender las palabras más simples.

El guerrero tomó una bocanada de aire.

Conteniendo su ira, sujetó con fuerza el mango de su sable y, con voz fuerte y mirada altiva, respondió:

-Maestro, cuida tu lengua, muchos por menos han perdido su cabeza.

El viejo sonrió sereno y con palabras suaves añadió:

-Ese es el infierno.

El samurai, conmovido, se inclinó con humildad y con voz honesta

y profunda dijo:

-Maestro, muchas gracias, tus palabras tocaron mi alma. La rabia, el miedo y la arrogancia son mi infierno.

El maestro lo miró fijamente y le dijo:

-Ese es el cielo.

 

 

REFLEXIÓN:

 

No son las palabras de los otros las que te envían al cielo o al infierno, es el significado que les das. Las palabras pueden contener emociones, pero tú eliges si las aceptas y cuanta importancia tienen para ti.

Cuando eliges la rabia, la arrogancia o el miedo, estas escogiendo el dolor, el juicio y el aislamiento, tanto para ti como para quienes te rodean.

Nuestros maestros y nuestras lecciones se encuentran con frecuencia en las personas o situaciones más inesperadas.

La persona más difícil o la situación más adversa pueden ser los maestros que te recuerden que en este instante puedes elegir estar en el cielo o en el infierno.

 fuente:  http://www.concienciaplena.com.mx